RESIDENCIAS 2020
Réunion San José



Llegue a los 3 años y medio a Brasil, de Benjamin Aceval en el chaco paraguayo a Sao Bernardo do Campo, parte de la gran Sao Paulo. Empezaba la escuela y aprendí el estigma que se carga al ser paraguayo en Brasil: son traficantes de mercaderías falsificadas que traen productos de mala calidad, artículos piratas etc. O sea, en mi doble nacionalidad se enuncia discretamente un epíteto superficialmente cruel y que a pocos me iba dar cuenta y que trataría de esconder: yo soy un brasileño paraguayo, que se traduce a un “brasileño falsificado, pirata, de baja calidad...”. No me sorprende hoy lo pésimo que soy en fútbol.




A los 16, en las tardes noches me escondía con muy pocas personas en un bar de Maletta en BH. Un chileno gestiona el local, a lo que no faltaba una mezcla de ritmos que en Costa Rica volvería a escuchar y bailar. Entre música, algunos amigos, extraños simpáticos y el viento que entraba en la varanda de este segundo piso, me sentía seguro. Para ese entonces ya había cambiado de casa unas cuantas veces, cada ciudad se distanciaba en promedio de 1350 km una de la otra, ningún lugar era parecido con el anterior, pero tampoco era tan diferente.  Las grandes ciudades latinoamericanas sufren de esa crisis de identidad entre su herencia colonial, las líneas frágiles de un modernismo que nunca pudo llegar del todo, y la velocidad del popurrí contemporáneo. Nunca me dio chance de conocer muchísimo ninguno de esos lugares, así que era bueno tener un punto de referencia nuevo, que no fuera mi colegio o mi casa.

Allí en el Maletta,  a una crush, confesé mi identidad secreta. Hacía tiempo que no mencionaba eso con tanta fe.

Con la burla deformando su rostro me hizo una sugerencia, que hoy, en medio de este año tan confuso; quizá con la misma edad que tenía ella en aquel entonces, vuelvo a acordarme. Dijo:
  • Deberías tatuarte “made in taiwan” aquí - en un giro súbito, torció su cuerpo en la silla; con la mano que sostenía el cigarro alzaba su pelo y con la otra, señalaba ese punto en medio de los omoplatos que separa la cabeza del cuerpo.

Luego, entre un sorbo de cerveza y otro, volvió a relajarse sobre su silla y se rió.

Paraguay dejó de ser mi origen oculto: Ahora solo era parte de una ruta de tránsito, un pasaje.





Este año, en la oscilación del esfuerzo de concentración que he logrado, me ha llevado repensar esas distancias y la condición que mi cuerpo asume en los espacios donde he podido desarrollar mi práctica artística.


De eso he platicado con los chicxs de Réunion.


En 2019, en Beta-Local, en Puerto Rico, entendí que mi cuerpo con la cámara ocupa el lugar del turista depredador que produce y consume las mismas imágenes una y otra vez. Paradójicamente, las personas que me enseñaban a ver PR me explicaban la realidad local desde la óptica de los nacionales, desde la mirada hermosa, afectuosa y potente de lxs boricuas: se hacia evidente la práctica predatoria y consumista que termina definiendo las relaciones de poder entre los colonizadores y los colonizados en este tipo de turismo.

Las fotos de registro que recopila eran el origen de la contradicción del cuerpo del turista (o del colonizador) que trata de entender la mirada del colonizado (el local). En esta relación, el absurdo y los exageros que invaden el paisaje son evidentes. Nacen nuevas preguntas dentro de mi producción: ¿desde dónde veo? ¿Qué contienen estas imágenes que produzco? ¿Qué realidad se está produciendo en las imágenes que hago?


Mientras le enseñaba los proyectos que estaba desarrollando en la residencia a una artista puertorriqueña, ella me cuestionaba esta relación, decía algo como:

-En los videos que estas haciendo hablas de “nosotros” y de “ellos”,  aunque existe un “ellos”, tu te colocas en el “nosotros”, colocas en una voz colectiva de la que no sos parte,  tus palabras.

Ser y no ser parte, estar adentro y afuera. Estar afuera y querer ver como los de adentro. El deseo de pertenecer a algo que no logro entender del todo.


Quizá la captura del horizonte no es un acto de definición de un espacio externo. Esta captura se convierte en el ejercicio de una mirada que trata de ver lo que está afuera desde adentro: un ejercicio fallido por las propias limitaciones físicas, técnicas, materiales y mentales que lo condiciona. Lo que se revela es la descripción del entorno donde esa mirada, que no pertenece, existe. La fotografía del horizonte no revela la extensión  de un paisaje, sino que definen los elementos  que componen una interioridad.



Al final de la residencia La Práctica, produje una pieza titulada “una prueba para el horizonte”. Esta consiste en alinear las líneas del horizonte de varios recortes de revistas a lo largo de una estructura de madera de aproximadamente 10 metros. En esta estructura las imágenes son colocadas a la altura de los ojos del observador tratando de emular, en su heterogeneidad, un horizonte que se continua en cada imagen. Sin embargo, pensando en las palabras de la  artista, no es un horizonte que define un “nosotros” y un “ellos”, es una línea que define la generalidad de un elemento formal compositivo, una línea horizontal sobre un largo plano. A diferencia de los videos, esta instalación, no se disfraza en una voz colectiva, sino que trata de engañar la mirada distraída desde un ordenamiento de imágenes diversas.


La estructura donde se sostienen las imágenes no se esconde, si no que son elementos formales que hacen parte de la instalación, revelan el artificio. Tampoco a las imágenes se trata de esconder su origen, en su mayoría se pueden leer la información  que la acompañaba en la página de la revista de la cual fue extraída: titulares, publicidad, nombre de marcas, número de página, copyright etc. El artificio que la constituye está revelado, la mirada se dispersa con facilidad.


Quizá el deslice por esa falta de identificación (no tener un “nostros” para ser parte o un otro al que antagonizar) es una posibilidad para esta “prueba”, la producción de un horizonte “perfecto” al que mirar y desear, el lugar a donde ir y pertenecer.

Pero parece poco probable.

No hay un esfuerzo, una búsqueda por hacerlo real. Por lo contrario la imagen que se forma es completamente artificial y no persuade, no engaña. El horizonte es una excusa para organizar algo que escapa completamente del control. La idea de un horizonte fabricado como lugar del deseo también escondería una cosa mucho más clara, un destino, el lugar donde se quiere llegar. Evidentemente, en un horizonte fracturado como este, la mirada no se detiene en un objetivo específico, está recorre la continuidad de la línea de un extremo a otro.


Quizá, como un producto falsificado, que trata de disfrazarse y legitimarse en su apariencia, pasar desapercibido en la confusión de símbolos, que trata disfrazarse en medio de un colectivo que se uniformiza y cumple con sus mandatos. Producir un horizonte defectuoso que pretende posicionarse como un destino, un destino que no funciona porque trata de abarcar todos los destinos, todas las rutas y por eso mismo no logra satisfacer la complejidad de ninguno de los caminos, es imposible recorrerlo.


La falsificación de este horizonte, no era en sí una prueba a una forma de representación o un anhelo o búsqueda de un destino ideal: no genera un paisaje perfecto, no construye la ciudad de los sueños, o el refugio tan esperados; no es tampoco una invitación a avanzar hacia la utopía o al escape. Es un desorden que trata de aparentar organizada y que revela su estructura para no engañar a otros. La instalación, ahora, no parece apuntar a un objetivo, sino que evidencia la confusión de una mirada que no sabe a donde apuntar y de un cuerpo que no sabe dónde está para ver. Quizá es un horizonte made in taiwan.


Sobre el autor: ¿El mundo empiezan o terminan en las imágenes? ¿Qué ocurre cuando partimos una imagen en dos? ¿El mundo acaba o se hace más grande? ¿Cuando se unen un nuevo mundo inicia? Estas son algunas preguntas que rodean el trabajo de Guillermo Boehler. Él usa las nociones de montaje y desmontaje en el rompecabezas como herramienta para estudiar el funcionamiento de la imagen, para generar brechas dentro de ellas y abrir un campo diferente para la imaginación. Actualmente, su práctica se traslada del collage a otras formas (foto, video e instalación) y en esos proyectos busca responder estas preguntas para descubrir con cuáles mundos somos capaces de jugar. Guillermo Boehler es artista visual, nació en Brasil en 1994. Vive y trabaja en San José, Costa Rica.